sábado, 17 de septiembre de 2016

LA IMPORTANCIA DE LA LETRA CURSIVA

El doctor Guillermo Jaim Etcheverry es argentino, médico, científico y académico, dedicado de manera exclusiva a la docencia y a la investigación en el campo de la neurobiología. Ha merecido numerosos premios internacionales, el Konex y la Medalla del Bicentenario, en 2010, otorgada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Ha escrito innumerables artículos, entre ellos uno muy interesante, "Escrito a mano", referido a la importancia de la escritura con letra cursiva:
"...Aunque el mundo adulto no está aun preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños, producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.
En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos, permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel.
Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.
Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración"...
"Porque, como lo destaca Humberto Eco, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere"...

viernes, 17 de abril de 2015

Los errores más comunes, cotidianos diría: La palabra "carenciado" no existe. Se dice "pobre", "necesitado", "indigente" pero no carenciado. La hora se escribe así: "son las 18:00" o "son las tres de la tarde", pero no se agrega "hs". Es una regla de la Real Academia Española de la Lengua. Se sobreentiende que se está hablando de la hora. "Hace un tiempo atrás" es una redundancia, se dice "tiempo atrás" o "hace tiempo". Sería como decir "subir arriba" o "bajar abajo". El verbo "entrar" o "ingresar" debe llevar la preposición "en", no "a". "Entró en el comedor", por ejemplo. Hay frases que deben decirse y escribirse con la preposición "de". Por ejemplo: "estoy seguro de que" o "estoy convencida de que". En general se teme incurrir en el dequeísmo ("pienso de que", incorrecto)y entonces se elimina el "de" obligatorio para algunas frases. Uno está convencido "de algo", está seguro "de" algo. Esta regla, si uno se interroga mentalmente, ayuda a hablar con corrección. Más ejemplos: "¿Se acuerda de que se lo dije ayer?". "Me olvidé de la carta". "Me alegro de que estés bien". Uno se "alegra de algo", no se "alegra algo". Este simple recurso (hacerse mentalmente la pregunta, es infalible).

viernes, 20 de marzo de 2015

CELEBRACIÓN DEL OTOÑO "Paisaje de elegía" Soneto del libro "Otoño imperdonable" (María Elena Walsh) No escuches mi dolor, ni que me heriste. No te reclamo ya ningún acento. Solo en mi corazón la sangre es triste. (¡Oh lentas calles del otoño lento!) No te requiero un solo mandamiento. -Tú que me niegas, tú que no me diste-. No sientes esta muerte que yo siento. (¡Oh tristes voces del otoño triste!) Que solo a mis entrañas se refiera este clamor, este importante frío. Quiero que no te alcance su lamento. Pero si alguna vez te desespera un gran silencio, es el silencio mío. (¡Oh lentas sombras del otoño lento!)

lunes, 2 de marzo de 2015

El placer de releer

Uno de los más grandes placeres que brinda la literatura es volver a las páginas de los libros que nos han fascinado a lo largo de la vida. La segunda o tercera lectura no solo se disfruta: se encuentran matices y entrelíneas que no se percibieron antes. Los libros de la juventud toman otra dimensión.
Termino de leer una novela histórica que leí en mi adolescencia, y que no dudo muchos conocen: "Désirée", de la autora australiana Annemarie Selinko. Publicada en 1930, sin grandes ambiciones literarias pero con una precisión de lenguaje y de detalles que la hacen realmente deliciosa. Fácil de leer, es la historia de la primera novia de Napoleón, hija de un rico comerciante de sedas de Marsella, Éugenie Désirée Clary, que se relaciona con la familia corsa Buonaparte, pobrísimos inmigrantes que viven con su madre en un sótano maloliente, en Marsella. Son un montón de hijos de doña Letizia. Uno de ellos, Napoleone (luego cambiará nombre y apellido) y Désirée se enamoran, lo mismo que la hermana mayor de ella, Julie, que se casará con José Bonaparte. La familia Clary no ve esto con buenos ojos, pero tendrá que acostumbrarse. Napoleone es militar, tan pobre que no tiene un uniforme decente. Ambas hermanas, a punto de casarse con los dos corsos, bordan su ajuar con la letra B. La ambición de Napoleone es tan inmensa que, a la caída de la República, consigue empujar su carrera y es nombrado Primer Cónsul. Claro que a costa de abandonar a su amada Désirée por la más influyente Josefina Tascher de la Pagerie, viuda del vizconde Alexandre de Beauharnais, guillotinado en la época del Terror. Josefina introduce a Napoleón en los círculos más importantes y se casan. Inteligente y habil, Désirée sufre pero al tiempo conoce a quien será su marido y uno de los más importantes mariscales de Napoleón: Jean Baptiste Bernadotte. Se enamora de él y se casan, felices. El destino de las hermanas Clary es alto.
Napoleón decide autoritariamente que el título de Primer Cónsul le queda chico y se nombra a sí mismo Emperador. Obliga al Papa a venir a París a coronarlo en Notre Dame. Su fama crece y sus victorias militares se lo permiten. Se adueña poco a poco de casi toda Europa. Nombra a sus hermanos príncipes y reyes de los países y de las ciudades que va conquistando. Bernadotte y Désirée reinan en varios destinos hasta que llegan al trono de Suecia.
Es de destacar las páginas en las que la autora Selinko describe la coronación de Napoleón, con los detalles más precisos y bien logrados que he leído en estas novelas históricas. Con delicadeza cuenta minuciosamente el gesto soberbio e insolente de Napoleón de quitar de las manos del Papa la corona y coronarse él mismo, y también coronar él a Josefina como Emperatriz.
El texto no ahorra detalles y esas páginas son un verdadero placer.

Recomiendo este libro. Es fácil de conseguir por Internet.

sábado, 28 de febrero de 2015

Los beneficios de escribir

En un artículo de hace un tiempo, el doctor Eduardo Chaktoura menciona algo con lo que estoy completamente de acuerdo, por experiencia propia y ajena.
Dice Chaktoura: "En las últimas décadas diversas investigaciones científicas se han encargado de destacar el valor de la escritura como herramienta terapéutica. No es necesario conocer de reglas o técnicas narrativas. Solo hace falta papel, lápiz y animarse. Los estudios dicen que `cuando escribimos se produce un desbloqueo emocional intenso en el que se comprometen el pensamiento, la emoción y la palabra escrita`. "A través de la escritura, las personas con situaciones de estrés logran mejorar su bienestar psicológico y físico; descubrimos lo inconsciente, revertimos miedos, descubrimos las causas de tantos dolores, sufrimiento y limitaciones".
"Escriban sobre lo que surja: palabras, frases, cuentos, novelas. Escriban sobre temas en los que piensan mucho, que preocupan o que evitan; cosas con las que sueñan; cuestiones que afectan su vida en forma no saludable. Díganlo, escríban. Los escépticos pueden comenzar por escribir: me niego a escribir...".

Recomiendo esto calurosamente. He visto transformarse a muchas personas que se decidieron a escribir, a escribir cualquier cosa, sin pretensiones de hacer literatura,
Y algo más. cuenten a un cuaderno su vida, sus experiencias, quiénes fueron sus padres, cómo eran, cómo se vivía en aquella casa, cuáles eran las normas y las tradiciones. Dónde y cómo se veraneaba, cómo era la vida cotidiana el resto del año, sus primeras fiestas, sus enamoramientos, sus broncas y alegrías, qué les gusta y qué no.
¿Para qué todo esto? Para que los nietos y todos los descendientes sepan de dónde vienen. Si de esto no se habla, no saben ni cómo se llamaban sus abuelos, ni dónde vivían ni cómo eran. Es la propia historia, muchas veces clave para saber quién es uno.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Otra vez mal en la entrada "Obstinación". Blogspot tiene un sistema para los enlaces que no se corresponde con la edición del autor. No respeta los espacios necesarios para la comprensión y la lectura correcta.

"Obstinación" (otro final para "La Casa", homenaje a Manuel Mujica Láinez)

OBSTINACIÓN Socorro González Guerrico “Soy vieja, revieja. Tengo sesenta y ocho años. Pronto voy a morir. Me estoy muriendo ya, me están matando día a día. Ahora mismo me arrancan los escalones de mármol, pulidos, que antes, al darles encíma el sol a través de los cristales de la claraboya, se iluminaban como una boca joven que sonríe. Siento terribles dolores cuando los brutos esos andan por mis cuartos con sus hierros, golpeando las paredes. Dolor y vergüenza. Me avergüenzo de que me vean así, mugrienta, sórdida, de que todo el mundo me vea así desde la calle, con sólo asomarse al vestíbulo donde ya no hay puerta y a los boquetes abiertos bajo los balcones sin persianas”. (“La Casa”, Manuel Mujica Láinez) Yo, La Casa, he decidido no morir. En el último de mis estertores, doblegada de dolor a causa de la piqueta brutal que derrumba mis paredes, he convocado a Tristán y al Caballero para que juntos impulsemos esta resurrección. Ansío volver a cobijar seres animados, latientes. Tristán y el Caballero, mis fantasmas, moraron en mí durante décadas. Me amaban, por eso se quedaron. Confiaban en que una vida ulterior les permitiría reencarnarse. Su transcurrir no ha sido feliz. Se han aburrido mucho. Dormían días, meses enteros. Por eso no pueden, como yo, dar testimonio de todo lo que aquí aconteció. Tristán era muy joven cuando se tronchó su existencia terrenal. Ha sido siempre un fantasma apegado e inquieto que no cesaba de preguntarse por qué su hermano Paco lo habría empujado al vacío desde el balcón aquella noche. ¿Quizá Paco lo deseaba espíritu? ¿O estaba jugando y creyó que él, Tristán, volaría como las aves? El Caballero, enigmático espectro, erguido en su elegancia de siglos pasados, está quizá más compenetrado de su condición fantasmal. Es más reflexivo, más leve que Tristán. Respondieron de inmediato, con esperanza. Ellos también quieren vivir. Con su fuerza y con la mía unidas me atrincheré en mi último reducto, una pieza del sótano tan bien construida, con ladrillos tan sólidos y bien amalgamados que mis verdugos, piqueta en mano, no consiguieron demoler. En medio del clamor por mis terribles dolores, exhorté a Tristán y al Caballero a resistir en este confín helado y maloliente lleno de ratas y de desperdicios que me avergonzaron durante estos años de abandono. Con el aliento de ellos dos, endurecí mis tendones de cemento y comprimí mis nervaduras de hierro en un angustioso y desesperado intento por no capitular. Tristán, mi niño predilecto, el habitante más bello que jamás moró en mí, espesó su apariencia casi neblinosa, rechinó los dientes jóvenes con rabia de rebelde y apoyó sus puños sobre la pared húmeda de mi último vestigio. El Caballero miró alrededor y tendió los brazos como si quisiera también apuntalar. Hablamos. Por primera vez hablamos como amigos, supe de sus angustias, de su resignación, de su temor de no reencarnarse. --Cuatro siglos llevo en este estado—dijo el Caballero, y me sorprendió su voz profunda--. Yo era escribiente del Adelantado. En este lugar hubo una habitación humilde, de adobe y paja, donde amé a una mujer india. Eran los tiempos fundacionales. Ella parió a mi hijo en medio de fortísimos dolores, durante una noche tempestuosa. El niño no sobrevivió, ella tampoco. Corrí desesperado a buscar ayuda pero la fuerza de la tormenta era tal que me enceguecí y caí en un zanjón lleno de agua, un hueco horrible que me atrapó para ahogarme. Me convertí en espíritu y desde entonces he rondado este lugar. Asistí al crecimiento de esta ciudad recostada sobre un río por el que llegué un día a bordo de una nave que ostentaba la bandera de una poderosa nación: España, mi España natal. Nunca quise abandonar este espacio donde debió vivir mi hijo y donde reposan sus huesos, sus pequeñitos huesos que no conocieron el goce de existir. Después, mucho después, creció usted, La Casa. Observé asombrado las medidas extensas de los planos que los arquitectos de levita oscura adaptaron a este terreno y me dije: en esta enorme mansión va a haber niños, si no, ¿para qué tantas habitaciones? Aquí me quedaré para ver crecer a esos niños más afortunados que el mío. Y así fue. Vi—y usted también vio—parir a Clara y esponjarse de orgullo a don Francisco el senador, asistimos al nacimiento de Paco, Gustavo, Tristán y Benjamín. Fuimos testigos de sus vidas atribuladas, de sus escasas alegrías. Sólo Tristán, con su muerte temprana, permaneció incólume en su pureza. Aquí está. Aquí nos hemos quedado. Yo escuchaba absorta las palabras del Caballero. Nunca imaginé tan triste historia. El siempre mantuvo una sonrisa tenue durante los largos años en que me acompañó. Tristán también habló. --Somos la savia de esta casa. Mi familia la construyó, la vivió, la hizo perdurar. A pesar de las tristezas, los odios y las pasiones que aquí ocurrieron, debemos permanecer para memoria del futuro. Porque en cada resquicio, en el aire cambiante y voluble que nos rodea, existe la memoria de las cosas idas. Hay huellas, señales inmanentes que en la nueva construcción imprimirán la historia de lo que pasó. Alguien tiene que mantener encendida esa antorcha. En los cimientos nuevos inyectaremos el espíritu de los que pasaron. Transida de emoción, yo lo escuchaba. Un sordo repiquetear de pasos nos sobresaltó. Eran los alarifes. Midieron y discutieron. Después de largos cabildeos y de una vigilia interminable, una voz de mando sentenció: “Puede quedar. Para qué vamos a demoler ese sótano tan sólido que, al fin y al cabo, puede albergar la bomba de agua”. El Caballero y Tristán lanzaron un grito de alegría. Alargaron sus manos y acariciaron mis pobres paredes deterioradas, este residuo empecinado de mi antigua envergadura. Lloramos de júbilo los tres. Ya no existen ni mis bellas pinturas italianas ni mis balcones graciosos y elegantes. Hace mucho que murió la esbelta palmera del jardín. Se remataron los muebles firmados, los tapices de Beauvais, las estatuas de mármol, la platería. Quién sabe adónde habrán ido a parar los exóticos muebles del cuarto japonés de Clara, mi dueña, mi loca y radiante patrona. Después de la piqueta, manos amistosas levantarán, ladrillo a ladrillo, una nueva construcción. Otras vidas anidarán en mí. Como brotes de septiembre nacerán nuevos ámbitos, estallarán risas y caerán lágrimas. Todo recomienza. Siento ya el hálito del cemento fresco en mis entrañas. Tristán, no te alejes de mí ni un instante. Tú, mi Caballero pálido y misterioso, dame la mano. Somos el futuro y el pasado. Una luz esperanzada nos alumbra. Han empezado a construirme. Toneladas de encofrados se elevan sin cesar. En esta singular calle Florida ya no pasan carruajes. Las vestimentas de los caminantes son distintas, menos señoriales. No se ven mujeres con bellos sombreros como los que usaba Clara. Y transitan montados en unos carricoches sin caballos que meten un ruido terrible. Durante los años en que me adormecí a causa del abandono y la tristeza, percibí apenas que todo cambiaba. A lo largo de las interminables noches de tantos años de mugre, ratas y soledad, aprendí a diferenciar el aliento vital de los seres humanos y el impulso imperturbable de los entes inanimados como yo. No somos iguales. Yo sufro y tiemblo como ellos, pero no lo puedo transmitir. Ellos poseen el llanto, la voz, el grito. Mis gritos son inaudibles. Por eso ansío que Tristán y el Caballero no me abandonen. Ellos perciben mis temblores aunque nada se mueva en mí. Como en una sinfonía muda, pueden oír mi música silenciosa. ¿Cómo seré en poco tiempo más? ¿Una gran mansión como la que fui? ¿O tal vez me convertiré en un templo o en un restaurante? No comprendo las palabras con las que me planean y me diseñan los arquitectos. Sólo sé que son muchos y que traen obreros que preparan olorosos asados en mis entrañas y gritan con desvergüenza a las mujeres que pasan. Eso no sucedía en mi primer nacimiento. Claro que aquellas señoras no enseñaban las pantorrillas sin pudor como las que ahora avanzan sin dignarse responder. Ni siquiera se ruborizan. El mundo debe de haber cambiado mucho durante mi letargo. Esta antigua calle Florida está mucho más viva, más bulliciosa que antes. Han terminado de construir los sótanos que constituyen la base de mi nueva arquitectura. Son extensos y vacíos. Según he oído decir, servirán para los coches. ¿Cómo es posible que sea necesario tanto espacio para ellos? ¿Cómo sobrevivirán los caballos sin luz y sin aire? Ahora que lo pienso, hace tiempo que no veo caballos. Ya no piafan y relinchan por Florida esos magníficos troncos uncidos a los carruajes brillantes que yo veía acercarse, y de los que descendían mujeres hermosas y hombres importantes, muchos de los cuales entraban en mí. Eran parientes y amigos del senador y de Clara. Debo de estar muy vieja y deliro. Hace mucho, muchísimo tiempo que eso no sucede. El mundo ha cambiado, sin duda, pero nadie me lo comunicó. Me han creído muerta. Empezó al fin la construcción. Atónitos e inmóviles, Tristán y el Caballero, acurrucados en un rincón de mi conservado reducto, son testigos de la velocidad con que emergen pequeños cuadrados idénticos que conforman lo que será mi nueva personalidad. Yo no protesto. Quiero vivir. Quiero volver a ser, no importa bajo qué aspecto. Cuando uno ha estado al borde de la muerte, cuando se ha asomado a la Nada, descubre lo vacuo de las formas, lo insignificante de la materia. Adorados acompañantes míos, no seáis presuntuosos ni exigentes. Conformaos con tener un sitio seguro donde permanecer hasta que, si cabe, una nueva envoltura carnal os convierta en personas. Entonces olvidaréis el estado fantasmal y la vida se encargará de empujaros hacia quién sabe qué andanzas, qué peripecias. Doce pisos han construido. Poco a poco he ido impregnándome de esos cuadrados mezquinos que constituyen mi ser. Me extiendo hacia arriba como buscando el cielo, se llenan mis entrañas de increíbles ladrillos huecos, livianos e incapaces de impedir que los sonidos vayan de un lado a otro como una armonía descompaginada. Desde el primer piso se oye todo lo que los obreros vociferan en el último. ¿Nadie va a tener secretos en esta casa? Dormirán tan cerca unos de otros que sus ronquidos se confundirán. No obstante todo eso, soy feliz. Vivo, trepido, me estremezco. Se acerca la hora del nuevo comienzo. Han quitado la empalizada. Mil luces destellan en mis angostas callejuelas interiores. Jaulas que penden de una maraña de cables llevan y traen a las personas desde el sótano a la azotea. No parecen tener miedo a pesar de que cuelgan sobre el abismo. Hasta ríen y charlan mientras aprietan botones que ponen en marcha esos temibles artefactos. Tristán y el Caballero se atrevieron, estrujados sus corazones de temor, la noche última. “Debemos saber qué se siente”, y yo, aterrada, observé cómo mis dos queridos fantasmas iniciaban una ascensión hasta la cima donde permanecieron horas, boquiabiertos, admirando desde las alturas la maravillosa ciudad que yo ya había descubierto poco a poco, a medida que mis paredes iban trepando como si intentaran alcanzar una nube. Fui inaugurada con gran pompa. Un obispo asperjó agua bendita ante mi puerta de entrada. Nuevos moradores y muchos curiosos me recorrieron. Ese mismo día algunos vinieron a vivir en mí. Alzaron escasos y feísimos muebles por mis escaleras angostas. Comprendí que ya nunca más nadie me alhajaría como antes. Los nuevos habitantes ya no tienen tapices de Aubusson ni chimeneas de mármol. En los salones sólo cabe una mesa ínfima, algún sofá pequeño. Armarios de hierro pintados de blanco, en las cocinas, esconden los alimentos que son consumidos con rapidez. Parece haber prisa. Ya nadie se detiene a mirarme con admiración. Sin embargo, estoy contenta con mis vidrios que dejan pasar a raudales la luz del sol. Mi nueva piel es alegre. Jóvenes inquietos me habitan. La vida nueva late armoniosamente en mis entrañas. Algo mágico sucedió. Primero fue Tristán. Una tarde descendió por la caja eléctrica que llaman ascensor con una expresión diferente. Sus ojos destellaban. Observé con estupor que su figura iba perdiendo la transparencia de su estado fantasmal. Nos habló, a mí y al Caballero. --Creo que me he enamorado—dijo, y su voz denotaba emoción. --Vamos, cuéntanos—lo apremió el Caballero. --Es algo muy fuerte que no conocía, algo que se percibe con el corazón. Un impulso poderoso se ha instalado en mí. Conmovidos, mudos, lo vimos apretar los puños y refugiarse en un rincón del sótano de donde no se movió hasta el día siguiente. Cuando amaneció y el resplandor del sol se coló por todos los rincones, Tristán se levantó con una apariencia nueva, radiante, prodigiosamente distinta. Era un hombre. Había logrado la corporeidad. Al advertirlo lanzó un grito de alegría y corrió hacia arriba, hasta una de las moradas del séptimo piso. Llenos de curiosidad seguimos sus movimientos. Tristán golpeó la puerta. Una joven linda, de rizos castaños, le abrió enseguida y se estrecharon en un abrazo. La puerta se cerró detrás de sus figuras trémulas. Vi cómo el Caballero secaba sus ojos llenos de lágrimas de emoción. --El lo ha conseguido. Yo también debo hacerlo—exclamó con énfasis. Desde entonces Tristán vive encerrado entre las cuatro paredes de esa morada del séptimo piso. Por discreción no he querido espiarlo. Que disfrute por todo lo que no lo hizo antes. Debo frenar al Caballero que continuamente quiere ir a visitarlo. --Déjalo ser feliz, se lo merece—lo reprendo—. No debemos perturbarlo. A regañadientes el Caballero se contiene, pero habla mucho consigo mismo en un soliloquio incomprensible. El también quiere un cuerpo, una aventura de amor. Lleva largas centurias sin apasionarse. Hace tres noches, estupefacta, vi desaparecer al Caballero. Me invadió un miedo intolerable. El jamás se había alejado ni por un instante de entre mis muros. Comprendí cuán desesperado estaba. Temblorosa de dolor, me estremecí hasta el llanto. Mis paredes nuevas lloraron gotas saladas, desconocidas. Cuánto amaba yo a mis viejos habitantes, jirones de mis entrañas que me abandonaban para ir detrás de otros amores. Lloré de celos y de tristeza. Mi mole de cemento permaneció impávida ante los ojos de los transeúntes que todo lo ignoraban. Qué pueden saber ellos de viejas pasiones. Pocas noches después, él volvió. Casi irreconocible, trajeado a la moderna, dueño de un cuerpo sólido, desterrado ya el translúcido fantasma de tiempos idos. Displicente y altanero cruzó mi umbral del brazo de una hermosa mujer. Ni bien entró, me dirigió un guiño y una sonrisa. Toda mi estructura vibró de felicidad. Subieron por las escaleras hasta el primer piso y se internaron en la oscuridad de una vivienda. Radiante de alegría, contuve mis ímpetus en aras de la discreción que siempre me caracterizó. Tampoco a ellos los espié. Ignoro cómo lo logró. Su voluntad traspasó los límites de lo imposible. Se proveyó de un cuerpo sano y de una vitalidad envidiable. No es fiel como Tristán, hombre de una sola mujer. Mi viejo Caballero cambia de acompañante como de camisa, inesperado picaflor que busca recuperar el tiempo perdido. Nunca deja de dirigirme su guiño cómplice. Los tres nos hemos amalgamado en un futuro que algún día creímos inalcanzable. Existimos. Nos ha sido otorgado el futuro a fuerza de imponer la voluntad por sobre los designios de destrucción y fracaso. Aleluya, mis amigos. Yo, La Casa, los bendigo. A Manuel Mujica Láinez, en homenaje y memoria.

viernes, 31 de octubre de 2014

"LA ÚLTIMA ISLA" Recordando a Leopoldo Lugones.

"LA ÚLTIMA ISLA" (Recordando a Leopoldo Lugones) Publicado por la revista First en abril de 1997. Texto: Socorro González Guerrico. Fotos: Gustavo Sosa Pinilla HACÍA MUCHO CALOR ESE ATARDECER DEL VIERNES 18 DE FEBRERO DE 1938, CUANDO USTED, LEOPOLDO LUGONES, BAJÓ DE LA "EGEA", LA LANCHA DE PASAJEROS QUE ACABABA DE ATRACAR EN EL MUELLE DEL RECREO "EL TROPEZÓN", EN UNA ISLA DEL PARANÁ DE LAS PALMAS. Venía como fulminado por un rayo, arrugado su traje, en la mano el sombrero con que se echaba aire mientras atisbaba a través de los lentes. Su mirada penetrante reparó en la modesta serenidad del lugar. Era eso precisamente lo que estaba buscando. Cuando pisó el muelle, un niño de ocho años se le acercó y le mostró una lata: "Si quiere pescar, yo tengo carnada", le dijo. "¿Cómo te llamás?" preguntó usted. "Manuel Berisso, el patrón es mi tío". Entonces usted le acarició la mejilla y caminó hasta la galería. Luisito Giúdici, el hijo del dueño, lo atendió. "Necesito una habitación fresca, con sábanas bien estiradas. No me siento bien, debo de estar insolado". "Sí, señor, enseguida". Y lo guió por el corredor. No podía imaginar Luisito que esa habitación, la más fresca de todas, nunca más sería ocupada por nadie. Antes de cerrar la puerta usted se volvió y le dijo: "Avíseme cuando esté la cena. Voy a salir a caminar un poco, a tomar aire". "La quinta es suya", le contestó Luisito, como a todos los huéspedes. Leopoldo Lugones había nacido en Villa de María del Río Seco, en 1874. Aprendió de su madre las primeras letras y desde entonces se entregó a un ejercicio de la lectura verdaderamente devorador. Recibió una educación esmerada y su genio se manifestó muy temprano. A los dieciocho años escribió y recitó en el teatro Rivera Indarte un profético poema, "Los mundos", de estilo vibrante y nervioso que recuerda a Rubén Darío. Sedujo y deslumbró. Ya profesaba entonces las ideas socialistas que sostuvo durante su juventud. Poco después bajó a Buenos Aires, con una carta de recomendación de Carlos Romagosa para Mariano de Vedia, director de "Tribuna". Así empezó su carrera periodística. Con José Ingenieros fundó un diario político, virulento como pocos, "Las Montañas del Oro", uno de cuyos primeros lectores fue, precisamente, Rubén Darío, ya para entonces su buen amigo. Este libro, producto de una gran inteligencia, revela una solidísima cultura adquirida ya a esa temprana edad gracias a la lectura metódica y a un talento innato. Es tan rica su interpretación de la condición humana y de la libertad del espíritu, tan magistral su riqueza lingüística, que asombra y prefigura la personalidad única de este argentino que osciló siempre entre la vida cristiana y el paganismo, la vanguardia y el tradicionalismo, la admiración y apoyo a la revolución del ´30 y la enemistad con el militarismo. Denostaba la conquista española en América pero se enorgullecía de los blasones de sus ancestros conquistadores. Le interesaba indagar acerca del pasado aborigen de los primigenios habitantes de nuestra tierra mientras era amado y aplaudido por la aristocracia liberal de ascendencia europea. Daba constantes muestras de complejidad en sus libros, donde mostraba su dominio completo de las técnicas literarias y su profundo conocimiento de innumerables temas. En todos sus textos, metafórica o directamente, se refirió a la muerte premeditada y por mano propia. Ya en 1896 había escrito: "Gritar contra el suicidio, cuando es la más alta expresión de la conciencia del Yo, es perder inútilmente el tiempo. A las causas es donde debe irse. Y las causas, mejor dicho la causa, es la inquietud". Aludía a la depresión, a la que prefirió llamar "la terrible inquietud, la terrible enfermedad moderna que nos conduce a dejar todo inconcluso en la tristeza de un esfuerzo sin objeto. Componemos, a la verdad, un mundo de aislados". Dejando de lado interpretaciones esotéricas sugeridas por sus propios versos y su búsqueda de lo trascendental a través de la masonería, a la que adhirió en uno de sus muchos revoloteos intelectuales, solo cabe la conjetura frente a su impredecible muerte en aquel lejano rincón del Delta. En una carta personal escribió una confesión: "Mi soledad consistió en una permanente incomprensión, de la cual jamás me quejé tampoco, sostenido acaso por lo que parecía ser ya nada más que una dolorosa, irrealizable esperanza". En otra carta a una amiga, admitió que su vida "pendió muchas veces sobre el abismo...y más de una vez estuve ya dentro de la gran sombra, puesta la mano en el cerrojo para abrir las puertas de la Eternidad". Sobre el final de su vida, al preguntársele el porqué de su regreso a las creencias religiosas, su respuesta fue: "Me hallé ante la nada y retrocedí". En "El Tropezón",usted, Lugones, pidió un whisky a don Luis Giúdice, el patrón, y caminó pausadamente hacia el fondo, donde estaban cortando madera. Llevaba un frasco en la mano. "Hombre prevenido", había pensado la señora de Giúdici al observarlo, "se ha traído la sal del frutas". No pudo continuar el paseo porque el puente que atravesaba el riacho estaba levantado para que pasara la canoa que transportaba la madera. Usted se sentó sobre uno de los pilotes de quebracho que sostenían el tablón del puente e intentó abrir el frasco que llevaba en la mano. Al no conseguirlo, lo golpeó contra el pilote. Logró quebrar el pico que quedó allí, en el suelo, para que la policía lo encontrara después y reconstruyera los hechos. Volvió a su habitación sin que nadie lo viera. A la hora de la cena lo llamaron. Usted no contestó. Lo buscaron por el jardín, por el muelle. Nada. "Prendan los tres motores, iluminen todo" ordenó Giúdici, "en algún lado tiene que estar". Se encendieron las luces, incluso las guirnaldas que circundaban el recreo. "Voy a ir yo a ver", se impacientó don Luis, y entró en el cuarto. Se acercó a la cama y la movió. Su cuerpo cayó al suelo, Lugones. Estaba enredado en la sábana, entre la cama y la pared. Había tomado el cianuro. Luisito Giúdici sacó la lancha y fue a Carabelas a buscar a la policía. Un pasajero que había llegado con usted en la "Egea" -un nombre adecuado para la embarcación que llevó en su último viaje a quien tanto escribió sobre Grecia- narró de esta manera sus impresiones. "Sentado frente a mí venía un señor maduro. Al llegar al recreo lo perdí de vista, pero al anochecer, cuando nos reunimos frente a la galería, pude verlo nuevamente ahí abajo, de frente al río, ensimismado, inmóvil...Estaba contemplando su último ocaso. Era una silueta negra, tristísima, que se recortaba en el paisaje del Paraná". Después agrega: "Todos fuimos, horas más tarde, a la habitación del extraño huésped. Cuando me asomé ya habían encendido la luz y vi al anciano triste de la lancha,con el rostro violáceo, apoyado contra la pared, caído entre ésta y una cama. En la mesa de noche, un vaso y varios sobres. De su chaleco sobresalía una gran medalla de oro. El viejo Giúdici se acercó a leer sus inscripciones y nos dijo con voz grave: Es Leopoldo Lugones. A medianoche, a la luz pobre de un par de lanchas, vi desfilar a tres policías marítimos cargando un cuerpo envuelto en una frazada. La lancha se fue distanciando y toda la isla quedó silenciosa, muy silenciosa...". Enrique Loncán, otro suicida, expresó ante su muerte que "la Patria recogió la impresión de un enorme sol que se iba apagando en el horizonte". Ezequiel Martínez Estrada había escrito: "Tenía ante mí a un hombre de otros siglos. No era como todos y quien yo consideré entonces como alguien de carne y hueso, era simplemente la forma engañosa de un ser sobrenatural". Lisandro Galtier sostuvo que "Era un iniciado. Arrimarse a hombres como él era como arrimarse a un secreto repositorio de sabiduría y de purificación. Tuvo la fuerza de vivir y de morir como un enigma" En "El Tropezón", hoy, quedan pocos de los que vivieron esa tragedia. Manuel Berisso, aquel chico de ocho años que lo recibió ofreciéndole una lata de lombrices para pescar, ahora administra y dirige el recreo. Recuerda: "Mi tía decidió que la pieza no se tocara. Está tal cual desde entonces, con los mismos muebles, las mismas colchas, todo igual. Solo se limpia y se pinta. No sé por qué lo hicimos, pero no por lucro. Nunca lucramos con la pieza de Lugones. Al contrario. Vienen contingentes de turistas que utilizan agua que a nosotros nos cuesta. Son curiosos que piden ver la habitación y se van. Solo algunos llegan para reverenciar la memoria de ese hombre que eligió este lugar para morir". En la carta que dejó decía: "No puedo terminar la historia de Roca. Basta. Pido que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohibo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos". Usted mismo se definió, Lugones, cuando al regreso de su tercer viaje a Europa dijo: "Sépase que vuelvo como me fui, racionalista y personal, desordenado y levantisco. Tengo, como siempre, la condición del viento y no me ocupo del polvo que levanto al pasar. Vuelvo como partí, excesivo, imprudente, impertinente, contradictorio y desagradable". ¿Qué causas convergieron en su muerte? ¿La inquietud, la presencia de un gran amor prohibido o imposible, el temor a la vejez, a la decrepitud? ¿Miedo al abismo cósmico y desconocido? Eligió enfrentarse solo de toda soledad al Gran Enigma. Su secreto, como todos los secretos, le pertenece. También la melancolía, la pesadumbre ominosa de sus propios versos: Y COMO ENTURBIADA ESPUMA, UNA IDEA TRISTE VA EMERGIENDO DE SU BRUMA: ¡QUÉ MOHOSA ESTÁ LA PLUMA! ¡LA PLUMA NO ESCRIBE YA!

jueves, 19 de junio de 2014

William Faulkner,el gran escritor norteamericano, sobresalió por sus novelas dedicadas al sud, a la negritud, al elogio del gran río Mississippi que une y empapa varios estados. Su prosa vibrante, llena de misterio y atmósferas entre fantasmales y sórdidas, pinta como nadie el clima de esas tierras calientes y difíciles. Un bellísmo párrafo de "Luz de agosto", una de sus mejores novelas junto con "Absalón, Absalón": "Ahora, la tarde ya ha pasado, y rápido, como fulminada, se desvanece silenciosamente en el ocaso. Ya es plena noche. Sin embargo él todavía está allí, sentado ante la ventana de su escritorio. Tras él, la oscuridad de la habitación. El farol de la esquina parpadea y luce, creando la ilusión de que la sombra dentada de los arces, que ninguna brisa agita, se estremece suavemente sobre las tinieblas de agosto"

Confusiones

Se confunde muy a menudo el significado de los adjetivos "vergonzoso" y "vergonzante". Vergonzoso es lo que produce o da vergüenza. Vergonzante es aquel que siente vergüenza, por ejemplo quien se ve obligado a pedir limosna.

jueves, 15 de mayo de 2014

De entre todos los errores que se cometen a diario en radios, televisión, prensa escrita y comentarios de personas por cualquier medio, hay varios que se repiten. El verbo "desaparecer" es irregular y se conjuga como "agradecer". Es transitivo y precisa del auxiliar "hacer". Ejemplo: "El mago hizo desaparecer la medalla". No es correcto "El alumno desapareció su boletín por miedo al castigo". La mala costumbre del "como que", convertido en una muletilla habitual, es asimismo incorrecta. Ejemplo: "Es como que no me gusta su forma de ser". Lo correcto sería decir directamente "no me gusta su forma de ser". En cambio, sí es correcta la frase: "Te comes eso, como que me llamo Julia". Enfatiza la orden maternal. La palabra "carenciado" no existe en la lengua castellana. Se usa como sinónimo de pobre, necesitado, indigente, pero es incorrecta.

jueves, 13 de marzo de 2014

Aclaraciones: porqué, porque, por qué

"Porque" es una conjunción subordinante. Ejemplo: "no me gusta ese traje porque es muy oscuro". "Porqué" es un sustantivo masculino que significa causa o motivo. Ejemplo: "No sabemos el porqué de tanta sequía esta primavera". "Por qué" integra frases interrogativas o exclamativas. Ejemplos "¿Por qué no llegaste a tiempo?" "¡Por qué no habré traído un abrigo!"

domingo, 9 de marzo de 2014

Omisión indebida de la preposicion "de" Ejemplos: "No cabe duda que hará mal tiempo". Incorrecto. Corrección: "No cabe duda DE que hará mal tiempo". "Se convenció que no era cierto". Incorrecto. Corrección: "Se convenció DE que no era cierto". "Me doy cuenta que será difícil". Incorrecto. Corrección: "Me doy cuenta DE que será difícil".
GOBERNAR ES POBLAR "Como se pone bajo mi nombre, a cada paso, la máxima de que en América gobernar es poblar, estoy obligado a explicarla. Gobernar es poblar en el sentido que poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente, como ha sucedido en los Estados Unidos de Norteamérica. Pero para civilizar es preciso poblar con poblaciones civilizadas, para educar a nuestra América en la libertad y en la industria". .......................................................... "Gobernar es poblar pero sin olvidar que poblar puede ser apestar, embrutecer, esclavizar, según que la población trasplantada o inmigrada, en vez de ser civilizada, sea atrasada, pobre, corrompida". .......................................................... "La inmigración espontánea es la mejor, pero las inmigraciones solo van espontáneamente a países que atraen por su opulencia y por su seguridad o libertad". JUAN BAUTISTA ALBERDI ("AMÉRICA")

martes, 4 de marzo de 2014

"El lenguaje es un don que la naturaleza nos ha brindado. Hablar y escribir debidamente constituyen un arduo trabajo que debe comenzar día por día, con insistencia; pero, como decía Séneca, ´nada vale un trabajo hecho contra la voluntad´. Debemos progresar, pues, en la voluntad y en el amor, que es agradecimiento por el bien recibido". Alicia María Zorrilla, Miembro de Número de la Academia Argentina de Letras, entre otros muchos títulos. Autora de numerosos manuales de corrección de textos. Es presidenta de la Fundación de Estudios Lingüísticos y Literarios LITTERAE. Integra el equipo docente del curso "El uso correcto del español en los medios de comunicación". Alicia Zorrilla fue mi profesora en los cursos de corrección de textos en La Universidad de Belgrano y en la Fundación Littarae. Pocas personas en Argentina deben saber tanto como ella acerca del idioma español. Consulto constantemente sus manuales.