viernes, 31 de octubre de 2014

"LA ÚLTIMA ISLA" Recordando a Leopoldo Lugones.

"LA ÚLTIMA ISLA" (Recordando a Leopoldo Lugones) Publicado por la revista First en abril de 1997. Texto: Socorro González Guerrico. Fotos: Gustavo Sosa Pinilla HACÍA MUCHO CALOR ESE ATARDECER DEL VIERNES 18 DE FEBRERO DE 1938, CUANDO USTED, LEOPOLDO LUGONES, BAJÓ DE LA "EGEA", LA LANCHA DE PASAJEROS QUE ACABABA DE ATRACAR EN EL MUELLE DEL RECREO "EL TROPEZÓN", EN UNA ISLA DEL PARANÁ DE LAS PALMAS. Venía como fulminado por un rayo, arrugado su traje, en la mano el sombrero con que se echaba aire mientras atisbaba a través de los lentes. Su mirada penetrante reparó en la modesta serenidad del lugar. Era eso precisamente lo que estaba buscando. Cuando pisó el muelle, un niño de ocho años se le acercó y le mostró una lata: "Si quiere pescar, yo tengo carnada", le dijo. "¿Cómo te llamás?" preguntó usted. "Manuel Berisso, el patrón es mi tío". Entonces usted le acarició la mejilla y caminó hasta la galería. Luisito Giúdici, el hijo del dueño, lo atendió. "Necesito una habitación fresca, con sábanas bien estiradas. No me siento bien, debo de estar insolado". "Sí, señor, enseguida". Y lo guió por el corredor. No podía imaginar Luisito que esa habitación, la más fresca de todas, nunca más sería ocupada por nadie. Antes de cerrar la puerta usted se volvió y le dijo: "Avíseme cuando esté la cena. Voy a salir a caminar un poco, a tomar aire". "La quinta es suya", le contestó Luisito, como a todos los huéspedes. Leopoldo Lugones había nacido en Villa de María del Río Seco, en 1874. Aprendió de su madre las primeras letras y desde entonces se entregó a un ejercicio de la lectura verdaderamente devorador. Recibió una educación esmerada y su genio se manifestó muy temprano. A los dieciocho años escribió y recitó en el teatro Rivera Indarte un profético poema, "Los mundos", de estilo vibrante y nervioso que recuerda a Rubén Darío. Sedujo y deslumbró. Ya profesaba entonces las ideas socialistas que sostuvo durante su juventud. Poco después bajó a Buenos Aires, con una carta de recomendación de Carlos Romagosa para Mariano de Vedia, director de "Tribuna". Así empezó su carrera periodística. Con José Ingenieros fundó un diario político, virulento como pocos, "Las Montañas del Oro", uno de cuyos primeros lectores fue, precisamente, Rubén Darío, ya para entonces su buen amigo. Este libro, producto de una gran inteligencia, revela una solidísima cultura adquirida ya a esa temprana edad gracias a la lectura metódica y a un talento innato. Es tan rica su interpretación de la condición humana y de la libertad del espíritu, tan magistral su riqueza lingüística, que asombra y prefigura la personalidad única de este argentino que osciló siempre entre la vida cristiana y el paganismo, la vanguardia y el tradicionalismo, la admiración y apoyo a la revolución del ´30 y la enemistad con el militarismo. Denostaba la conquista española en América pero se enorgullecía de los blasones de sus ancestros conquistadores. Le interesaba indagar acerca del pasado aborigen de los primigenios habitantes de nuestra tierra mientras era amado y aplaudido por la aristocracia liberal de ascendencia europea. Daba constantes muestras de complejidad en sus libros, donde mostraba su dominio completo de las técnicas literarias y su profundo conocimiento de innumerables temas. En todos sus textos, metafórica o directamente, se refirió a la muerte premeditada y por mano propia. Ya en 1896 había escrito: "Gritar contra el suicidio, cuando es la más alta expresión de la conciencia del Yo, es perder inútilmente el tiempo. A las causas es donde debe irse. Y las causas, mejor dicho la causa, es la inquietud". Aludía a la depresión, a la que prefirió llamar "la terrible inquietud, la terrible enfermedad moderna que nos conduce a dejar todo inconcluso en la tristeza de un esfuerzo sin objeto. Componemos, a la verdad, un mundo de aislados". Dejando de lado interpretaciones esotéricas sugeridas por sus propios versos y su búsqueda de lo trascendental a través de la masonería, a la que adhirió en uno de sus muchos revoloteos intelectuales, solo cabe la conjetura frente a su impredecible muerte en aquel lejano rincón del Delta. En una carta personal escribió una confesión: "Mi soledad consistió en una permanente incomprensión, de la cual jamás me quejé tampoco, sostenido acaso por lo que parecía ser ya nada más que una dolorosa, irrealizable esperanza". En otra carta a una amiga, admitió que su vida "pendió muchas veces sobre el abismo...y más de una vez estuve ya dentro de la gran sombra, puesta la mano en el cerrojo para abrir las puertas de la Eternidad". Sobre el final de su vida, al preguntársele el porqué de su regreso a las creencias religiosas, su respuesta fue: "Me hallé ante la nada y retrocedí". En "El Tropezón",usted, Lugones, pidió un whisky a don Luis Giúdice, el patrón, y caminó pausadamente hacia el fondo, donde estaban cortando madera. Llevaba un frasco en la mano. "Hombre prevenido", había pensado la señora de Giúdici al observarlo, "se ha traído la sal del frutas". No pudo continuar el paseo porque el puente que atravesaba el riacho estaba levantado para que pasara la canoa que transportaba la madera. Usted se sentó sobre uno de los pilotes de quebracho que sostenían el tablón del puente e intentó abrir el frasco que llevaba en la mano. Al no conseguirlo, lo golpeó contra el pilote. Logró quebrar el pico que quedó allí, en el suelo, para que la policía lo encontrara después y reconstruyera los hechos. Volvió a su habitación sin que nadie lo viera. A la hora de la cena lo llamaron. Usted no contestó. Lo buscaron por el jardín, por el muelle. Nada. "Prendan los tres motores, iluminen todo" ordenó Giúdici, "en algún lado tiene que estar". Se encendieron las luces, incluso las guirnaldas que circundaban el recreo. "Voy a ir yo a ver", se impacientó don Luis, y entró en el cuarto. Se acercó a la cama y la movió. Su cuerpo cayó al suelo, Lugones. Estaba enredado en la sábana, entre la cama y la pared. Había tomado el cianuro. Luisito Giúdici sacó la lancha y fue a Carabelas a buscar a la policía. Un pasajero que había llegado con usted en la "Egea" -un nombre adecuado para la embarcación que llevó en su último viaje a quien tanto escribió sobre Grecia- narró de esta manera sus impresiones. "Sentado frente a mí venía un señor maduro. Al llegar al recreo lo perdí de vista, pero al anochecer, cuando nos reunimos frente a la galería, pude verlo nuevamente ahí abajo, de frente al río, ensimismado, inmóvil...Estaba contemplando su último ocaso. Era una silueta negra, tristísima, que se recortaba en el paisaje del Paraná". Después agrega: "Todos fuimos, horas más tarde, a la habitación del extraño huésped. Cuando me asomé ya habían encendido la luz y vi al anciano triste de la lancha,con el rostro violáceo, apoyado contra la pared, caído entre ésta y una cama. En la mesa de noche, un vaso y varios sobres. De su chaleco sobresalía una gran medalla de oro. El viejo Giúdici se acercó a leer sus inscripciones y nos dijo con voz grave: Es Leopoldo Lugones. A medianoche, a la luz pobre de un par de lanchas, vi desfilar a tres policías marítimos cargando un cuerpo envuelto en una frazada. La lancha se fue distanciando y toda la isla quedó silenciosa, muy silenciosa...". Enrique Loncán, otro suicida, expresó ante su muerte que "la Patria recogió la impresión de un enorme sol que se iba apagando en el horizonte". Ezequiel Martínez Estrada había escrito: "Tenía ante mí a un hombre de otros siglos. No era como todos y quien yo consideré entonces como alguien de carne y hueso, era simplemente la forma engañosa de un ser sobrenatural". Lisandro Galtier sostuvo que "Era un iniciado. Arrimarse a hombres como él era como arrimarse a un secreto repositorio de sabiduría y de purificación. Tuvo la fuerza de vivir y de morir como un enigma" En "El Tropezón", hoy, quedan pocos de los que vivieron esa tragedia. Manuel Berisso, aquel chico de ocho años que lo recibió ofreciéndole una lata de lombrices para pescar, ahora administra y dirige el recreo. Recuerda: "Mi tía decidió que la pieza no se tocara. Está tal cual desde entonces, con los mismos muebles, las mismas colchas, todo igual. Solo se limpia y se pinta. No sé por qué lo hicimos, pero no por lucro. Nunca lucramos con la pieza de Lugones. Al contrario. Vienen contingentes de turistas que utilizan agua que a nosotros nos cuesta. Son curiosos que piden ver la habitación y se van. Solo algunos llegan para reverenciar la memoria de ese hombre que eligió este lugar para morir". En la carta que dejó decía: "No puedo terminar la historia de Roca. Basta. Pido que me sepulten en la tierra sin cajón y sin ningún signo ni nombre que me recuerde. Prohibo que se dé mi nombre a ningún sitio público. Nada reprocho a nadie. El único responsable soy yo de todos mis actos". Usted mismo se definió, Lugones, cuando al regreso de su tercer viaje a Europa dijo: "Sépase que vuelvo como me fui, racionalista y personal, desordenado y levantisco. Tengo, como siempre, la condición del viento y no me ocupo del polvo que levanto al pasar. Vuelvo como partí, excesivo, imprudente, impertinente, contradictorio y desagradable". ¿Qué causas convergieron en su muerte? ¿La inquietud, la presencia de un gran amor prohibido o imposible, el temor a la vejez, a la decrepitud? ¿Miedo al abismo cósmico y desconocido? Eligió enfrentarse solo de toda soledad al Gran Enigma. Su secreto, como todos los secretos, le pertenece. También la melancolía, la pesadumbre ominosa de sus propios versos: Y COMO ENTURBIADA ESPUMA, UNA IDEA TRISTE VA EMERGIENDO DE SU BRUMA: ¡QUÉ MOHOSA ESTÁ LA PLUMA! ¡LA PLUMA NO ESCRIBE YA!

8 comentarios:

  1. Disculpas por la mala edición del blog, sin los espacios necesarios de todo texto periodístico para que la lectura sea más fácil. ¡Los eliminaron a todos! Mal, blogspot.

    ResponderEliminar
  2. No entiendo el comentario. ¿Quién es María Alicia Domínguez, Martina?

    ResponderEliminar
  3. No entiendo el comentario. ¿Quién es María Alicia Domínguez, Martina?

    ResponderEliminar
  4. Hola.-Los mails rebotan ,puedo escribirte a otro lado en privado? Abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tarde, pero recién lo veo. Estoy remodelando este blog, que tenía muy abandonado. Podés escribirme a socorrogg@fibertel.com.ar

      Eliminar